Red Lobster





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La cuenta, por favor


Esta es una imagen de la primera vez que fui a Nueva York.


Esa langosta de plástico promocionaba la cadena de restaurantes Red Lobster y debía seguir la misma ruta que los autobuses de turistas porque, allá donde fuéramos, el marisco sobre ruedas aparecía. Era el año 2000, yo no tenía ni un duro para gastar y comer era secundario. Por culpa de @arenasllop, mi camarada en aquel viaje iniciático, asocié durante años la imagen del crustáceo a “los mariscos de Sam Woo” por los que Woody Allen decía que merecía la pena vivir.

¡Qué mal comimos entonces! Qué reparo nos daba sentarnos en cualquier sitio y hacer el paleto: leer los precios de forma incorrecta, pedir demasiado, no calcular bien la propina y acabar fregando los platos… Como Mark y Joana en “Dos en la carretera”, terminábamos colando chucherías de extranjis en la habitación del hotel para calmar el ruido de nuestras tripas.

En siguientes visitas a Manhattan, siempre que pasaba por Times Square, tenía un reflejo pavloviano total cuando veía el enorme cangrejo colgado de la fachada del restaurante: empezaba a salivar convencida de que la langosta era el plato más apetecible del mundo. Claro que me daba reparo su condición de monstruo atrapa guiris, pero un día, sin meditarlo mucho, me lancé: iba a zamparme una suculenta langosta en el Red Lobster. Ahora ya tenía margen de crédito en la tarjeta y nadie me pondría la cara colorada si la cuenta se iba de las manos. 

Lobsterita!
No esperaba marisco de calidad. Esperaba la versión americana del marisco, algo muy grande, con rebozados y salsas: plástico adornado pero plástico sabroso. La cosa se quedó en plástico sin más. La famosa melted butter con la que acompañan todos los platos no es un aderezo de mantequilla, es grasa sin sabor y no le hace ningún apaño a un animalito que, si estuvo vivo en Maine en algún momento, fue encerrado en un vivero. Sin embargo, y a pesar de que aún recuerdo esa carne insulsa y enguachinada como uno de los grandes bajones culinarios de mi vida, la visita mereció la pena por un motivo: la lobsterita, o lo que es lo mismo, una pinta de margarita de fresa servida en copa, que me emborrachó lo suficiente como para no tomarme demasiado en serio el dispendio.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Chucherías? ¿Acaso no recuerdas esas conchas de pasta rellenas de algo irreconocible que compramos en un deli's y que no pudimos comernos así como las meat balls de corchopán? Aún me persiguen en mis pesadillas.
Eso sí, la sopa de cebolla del restaurante irlandés estaba rica. Y sí, hicimos el paleto más de una vez, pero fue la primera vez que estuvimos en Nueva York.
Un beso.
Oscar

Anónimo dijo...

Si que tiene buena pinta esa margarita! Me encantan los cocktails, sobretodo fuera de Msdrid porque aqui en cualquier sitio son casi más caros que en un nightclub pijo de Londres... en fin. Estoy esperando a ver sí escribes pronto sobre platos de bacalao made in Portugal(creo que es una pista sobre quién soy :) ) Espero que estés bien!Un saludo

kubelick dijo...

Madrid es carísimo para comer y copear. A ver si descubrimos un rinconcito donde hagan buen bacalao a precios lusitanos. Un abrazo!