
Cómo llegar
Teléfono: 952190835
Precio aproximado: 35 €
Ladrones
(kubelick dice)

En mi brevísima visita a la ciudad solo dos personalidades compitieron en omnipresencia con esta dinastía de matadores. La primera es Rilke. El escritor, que pasó a cuenta de alguna señora acomodada un par de meses en el Hotel Victoria para terminar la sexta de sus Elegías de Duino, bautiza bares, inmobiliarias, autoescuelas y, claro, librerías. El otro nombre que no dejaba de aparecer en los rótulos de la ciudad era uno que no me sonaba de nada: la Duquesa de Parcent. Tras una búsqueda estéril en la web y varias llamadas al Ayuntamiento y la Oficina de Turismo solo pude averiguar que esta señora era una filántropa rica de principios de siglo XX, que financió la construcción de talleres de artesanos y reformó el Palacio del Rey Moro. O sea, alguien que, en vez de mantener a algún poeta gorrón se gastó los cuartos en pagarle las facturas al Ayuntamiento. Duquesa de Parcent se llamaba el restaurante donde nos metimos a cenar y donde entramos en contacto con otro grupo conocido de la zona: los bandoleros.
Queríamos comer mirando al gran Tajo de Ronda y

Pedimos un par de entrantes para seis comensales. Representando al “jamón ibérico” aparecieron unas lonchas de Navidul salado de paquete abierto hace tres días, y por parte del “queso curado”, un semi de batalla, cortado por la mañana, que había pasado el día como nosotros, sudando la gota gorda. Mi plato se llamaba “Conejo de campo al tomillo con verduras y foie”. Quién dijo miedo. Más frío que recalentado al microondas, me sirvieron un montón de huesecillos con trozos masticables pegados, que tenían textura de carne en conserva y sabor a Bovril crudo. De adorno, un bloquecito de paté a la pimienta al que no se habían molestado en borrar las marcas circulares del envase. “Eso te pasa por no pedir el solomillo”, se reían mis amigos, saboreando un mazacote de carne, a mi juicio, olvidable. Juro que lo mío estaba incomible. Pagué 35 euros. Cobrar esa cantidad por atiborrarme a pan con mantequilla es un atraco. El Tempranillo estaría orgulloso.
.
.