Precio aproximado: 35€ (Con copa y sin contar a los niños)
El otro día comí con unos amigos en un restaurante balinés (balinés, natural de Bali, no me lo he inventado yo, lo dice la RAE. Ea con los misterios del Güindous: ¿Por qué Microsoft Word no reconoce la palabra balinés?…) Nos juntamos seis adultos, tres niños y un bebé. No cuento ni como adulto ni como niño al camarero con maneras de maitre que nos atendió. Majísimo es decir poco, educado, atento, paciente, ahora eso sí, parecía que el traje de chaqueta se le hubiera caído de un quinto piso al volver del instituto.
No había ni un solo comensal más en una sala que saturaba en tonos ocre y tienda de decoración de saldo, así q sentamos sin problemas en la mesa contigua a los tres enanos que, bendito entusiasmo, empezaron a practicar percusión con las copas en cuanto agarraron los cubiertos. Los mayores echamos un vistazo a los menús para darnos de bruces con la realidad de una carta en absoluto children friendly. Porque ¿qué pide uno para que coman los niños en un restaurante balinés? Pues ayuda al mini- camarero, que medita dándose importancia antes de decir "les puedo traer unos rollitos y un arroz nasi- goren. ¿Un platito para cada uno?" Y ahí es donde empiezas a echar de más tanta escuela de hostelería y lámpara de Habitat y desearías toparte con un camarero de esos de toda la vida que ni te dejan opinar y te sueltan "para los niños unos huevos con patatas fritas y salchichas", apuntando en su libreta sin mirarte siquiera.
Mientras los adultos compartíamos unos nems de verduras, un par de arroces, otros tantos currys (pollo y cangrejo) y un pescado envuelto en hoja de plátano, los niños se entretenían en ignorar sus exóticos platos combinados. Estaba todo delicioso pero para cuando el bebé M. se despertó pidiendo teta, los mayores habíamos rebañado hasta el fondo y aún teníamos la sensación de estar con los aperitivos. Y hete aquí que el desinterés de los niños por el nasi- goren se tradujo en un triunfo para nosotros porque dimos cumplida cuenta de lo que habían dejado, paliando de alguna manera nuestro atrofiado sentido de la mesura, que pecó -¡maldita educación de colegio de pago!- de discreto.
Para un presupuesto familiar medio del centro de Madrid The Banjar Space es un sitio muy recomendable para ir… a cenar. Si vas al mediodía pide algo de picar en cómún pero, al menos, un plato individual para cada uno.
Happy Meal
(kubelick dice)
Mi amiga G tiene razón: estamos rodeados. La gente de nuestra generación – los de los 80, los que se acuerdan dónde estaban el día que murió Kurt Cobbain, para los que Cocacola hace refrescos y Cuatro hace televisión – se ha puesto a tener niños como locos. Y no tienen solo uno, tienen dos y tres del tirón. Al contrario de lo que alguno pueda pensar, me encantan los niños. Cualquier comentario por mi parte que haga parecer lo contrario son ramalazos de envidia cochina. Y aplaudo a todos los que son capaces de conciliar coherentemente sus opciones de vida. Porque, digan lo que digan, sin tener alternativa la vida era más fácil y la generación de nuestros padres no sentía esta presión de que el globo terráqueo es tan pequeño que hay que darse al menos una vuelta. El verdadero reto hoy en día consiste en resistir la tentación de dejar a los churumbeles enchufados a Playhouse Disney, echárselos a la espalda y, desafiando las adversidades de la vida moderna, descubrirles el mundo. Aunque sea sin salir de casa. Sí, si, adversidades. Ahí va un ejemplo.El otro día comí con unos amigos en un restaurante balinés (balinés, natural de Bali, no me lo he inventado yo, lo dice la RAE. Ea con los misterios del Güindous: ¿Por qué Microsoft Word no reconoce la palabra balinés?…) Nos juntamos seis adultos, tres niños y un bebé. No cuento ni como adulto ni como niño al camarero con maneras de maitre que nos atendió. Majísimo es decir poco, educado, atento, paciente, ahora eso sí, parecía que el traje de chaqueta se le hubiera caído de un quinto piso al volver del instituto.
No había ni un solo comensal más en una sala que saturaba en tonos ocre y tienda de decoración de saldo, así q sentamos sin problemas en la mesa contigua a los tres enanos que, bendito entusiasmo, empezaron a practicar percusión con las copas en cuanto agarraron los cubiertos. Los mayores echamos un vistazo a los menús para darnos de bruces con la realidad de una carta en absoluto children friendly. Porque ¿qué pide uno para que coman los niños en un restaurante balinés? Pues ayuda al mini- camarero, que medita dándose importancia antes de decir "les puedo traer unos rollitos y un arroz nasi- goren. ¿Un platito para cada uno?" Y ahí es donde empiezas a echar de más tanta escuela de hostelería y lámpara de Habitat y desearías toparte con un camarero de esos de toda la vida que ni te dejan opinar y te sueltan "para los niños unos huevos con patatas fritas y salchichas", apuntando en su libreta sin mirarte siquiera.
Mientras los adultos compartíamos unos nems de verduras, un par de arroces, otros tantos currys (pollo y cangrejo) y un pescado envuelto en hoja de plátano, los niños se entretenían en ignorar sus exóticos platos combinados. Estaba todo delicioso pero para cuando el bebé M. se despertó pidiendo teta, los mayores habíamos rebañado hasta el fondo y aún teníamos la sensación de estar con los aperitivos. Y hete aquí que el desinterés de los niños por el nasi- goren se tradujo en un triunfo para nosotros porque dimos cumplida cuenta de lo que habían dejado, paliando de alguna manera nuestro atrofiado sentido de la mesura, que pecó -¡maldita educación de colegio de pago!- de discreto.
Para un presupuesto familiar medio del centro de Madrid The Banjar Space es un sitio muy recomendable para ir… a cenar. Si vas al mediodía pide algo de picar en cómún pero, al menos, un plato individual para cada uno.
Y si tienes niños, felicidades. Seguro que a estas alturas ya te has dado cuenta de lo que han cambiado las cosas desde que eras pequeño. Y mira que se hartaron de avisarnos “cuando seas padre comerás huevo"… Los que tus hijos te dejen, claro.
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