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El tartán es la tela a cuadros que utilizan los clanes
escoceses para identificarse y es también el nombre de un restaurante de Madrid; estoy convencida de que les dio corte ponerle directamente
Burberry. Tartán es un restaurante pijo al estilo tradicional, pijo en su
diseño (esmerado) y en su clientela (mucha mecha rubia y mucha camisa de rayas). Esto no
es una crítica, es una mera descripción. Más aún, Tartán es uno de los sitios
más bonitos en los que he comido últimamente; tiene una entrada fantástica y un
comedor acogedor, espacioso, bien decorado y mejor iluminado. Por si fuera poco
propone una cocina fusión nada rácana en la que reina por méritos propios una
creación sorprendente: el pulpo salteado con alcachofa y jamón, olivada de
aceituna negra, puré tibio de patata y pimentón, uno de esos platos con los que
una fantasea cuando tiene el estómago (y la cabeza) tontona. Ignoraba yo cuando
fui que Tartán pertenece al proyecto Cocina conciencia de la fundación Raíces. La integración social a través de la restauración no es ni
mucho menos una idea novedosa. Le funcionó de maravilla a Luis Lezama, quien en
los años sesenta fundó la Taberna del Alabardero para apartar de la vida
dispersa a maletillas lesionados y terminó montando un emporio internacional
que incluye la mitad de los garitos de la Plaza de Oriente. Otro ejemplo de recuperación
de chavales marginales sometidos a la disciplina de trabajar entre perolas es
aquel reality de chungos a los fogones que la recién nacida cadena Cuatro
estrenó en 2005: Oído cocina estaba lleno de buenas intenciones y era, además, un programa de televisión excelente. Volviendo
a Tartán, falla en los postres y en la oferta de vinos, monótona y orientada a
sacarte los cuartos con marcas que no valen lo que cuestan. Pero en general es
una opción estupenda si buscas plan por el Barrio de Salamanca.