Levain Bakery





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La primera vez que presté atención a la palabra scone fue en una canción de los Monty Python, The Lumberjack Song, cuando tenía dieciséis años. Yo ya había estado varias veces en Inglaterra pero no identificaba estos dulces como algo típico de allí. Las personas que me alojaban durante el verano lo hacían más por el dinero que les daba la agencia que por el intercambio cultural. Tú rellenabas la inscripción soñando con un salón de té de peli de James Ivory y terminabas masticando brécol en una cocina de Ken Loach. Lo que conocí de Inglaterra en aquella época fueron familias con demasiados hijos, demasiados animales y muy pocos recursos; moquetas que nunca se aspiraban y cuartos con ventanas selladas que no se habían aireado en la vida. En el aspecto gastronómico, Inglaterra era el averno en todas las áreas salvo en la repostería, y de los bollos que se exponían las maravillosas panaderías, a mi yo preadolescente nunca se le ocurrió probar los scones, informes, duros, secos y no tan dulces como el resto. Sólo años después, gracias a aquel leñador travesti de los Python, los descubrí y caí rendida ante su cualidad pastosa y su textura deleznable. En Levain Bakery, en el Upper West Side de Nueva York hacen unos scones buenísimos y, como americanos que son, enormes. La especialidad, sin embargo, de esta tiendecita son las cookies, con particular atención a las de chocolate. Obsesos del cacao, no lo dudéis: éste es vuestro lugar.



Samurai



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Además de una carta diversa, de especialidades japonesas cocinadas con mimo, Samurai tiene una oferta de menú del día muy variada. La sopa, de miso o udón, y la ensalada son los elementos fijos que se combinan con un plato principal. Puedes elegir Menú Sushi, con piezas de nigiri, sashimi y makis, o la opción más económica, que incluye salmón, cerdo o tempura, entre otros. Hace un par de semanas probé el Tori Teriyaki, de pollo con la típica salsa dulzona, y el Unagi Don, un gustoso y compacto filete de anguila asada sobre una cama de arroz blanco. Las dos raciones pasaron con nota. Si andas de recados o compras por el centro y tienes un arrebato de "hoy quiero japo", es una opción ideal. 


Las Mil y Una Noches






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El cuscús de Las Mil y Una Noches es delicioso. Merece la pena pagar los diecisiete euros que cuesta el Cuscús Real, el completo, el que lleva carne, verduras y pasas, aunque aconsejo pedirlo para llevar y ahorrarse la experiencia de comer en el local. Es bonito pero también es enorme y, si no está lleno de gente, te pelas de frío. Los asientos son incomodísimos: taburetes de base acolchada y un gran banco corrido pegado a la pared que te obligan a estar encorvada sobre la mesita baja. El hilo musical es lo peor, una suerte de Cadena Dial en árabe que sólo resulta entretenida si te dedicas a identificar, por las inflexiones de la voz y la tesitura, a los correspondientes Andy y Lucas, Niña Pastori y Camela de Oriente próximo.  

Las kebba, esas croquetas de carne especiada de la izquierda, fritas en aceite rancio,
no había quien se las comiera. El humus, sin embargo, estaba muy muy bueno. 



en Elvas


Mapa de huevos rotos en Elvas

Cerca de Elvas


en Mallorca

Mapa de huevos rotos en Mallorca


en Roma

Mapa de huevos rotos en Roma


19 Sushi Bar


Teléfono: 915240571 ‎


¿Qué diferencia la copia de la versión? Cuando la recreación de cualquier obra no es idéntica al original la denominamos versión si el resultado es de nuestro agrado y copia cuando nos parece que no está a la altura de su predecesora. Por ejemplo, Gus Van Sant realizó una copia (burda, atroz, innecesaria... si no lo digo, reviento) de Psicosis. Sin embargo, Con faldas y a lo loco (obra maestra, paradigma de la comedia y tropecientos lugares comunes más) de Billy Wilder es una versión de una peli alemana, que a su vez era una versión de otra francesa. Entraña cierta ironía que la pedazo de porquería que le salió a Van Sant estuviera motivada por una profunda admiración hacia el creador original, Alfred Hitchcock, y, sin embargo, Wilder demostrara, sino menosprecio, que probablemente también, una clara indiferencia hacia el tío que parió el germen de su deliciosa historia. Pero volvamos a las cosas de comer.



El otro día cené con Toka, Paulo y @rititi en en el 19 Sushi Bar, un japonés escondido en la calle Salud, una adyacente a Gran Vía. No busquéis su página web porque no tiene. Hacedme caso: llamad y reservar mesa ya. Además de un sashimi de vieira con salsa de naranja de poner los ojos en blanco, tienen una ensalada wakame ejemplar y, algo raro en los restaurantes orientales, buenos postres. Sin embargo, la sorpresa de la carta es una versión (que no copia) de la tempura de gambas con salsa cremosa picante del Nobu Next Dooor. Descubrí este adictivo plato en aquel viaje a Nueva York en que cené con Robert de Niro (no me canso de decir esa frase. Dominguín tenía razón: algunas relaciones con famosos dan más gusto contadas que vividas). Voy a atribuirle la originalidad de la receta al mítico Nobu Matsuhisa y pensar que el chef de 19 Sushi Bar ha hecho lo que Van Sant no consiguió: emular, desde el respeto, y estar a la altura del creador primigenio. 

Por cierto, este mes se cumplen diez años de la muerte de Billy Wilder y habrá homenajes a tutiplén. TCM le dedica un ciclo y también se han visto su gorra de plato y sus gafas de pasta en Smash, mi serie favorita en estos días y título triunfador en la segunda edición del #BirraSeries. Por aquel marzo de 2002 andaba yo en un nirvana gastronómico, poniéndome ciega a comer marisco por cuatro duros en una costa gallega prechapapote. No sé en qué tasca perdida, entre Muros y Finisterre, me tomaron esta foto. 


Asiana Next Door






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John's Pizzeria





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No se me ocurre ninguna razón para no ir a John’s Pizzeria si estás en Nueva York. Se encuentra en Bleecker Street, o sea que puedes echar la tarde enredando por el Village, ir a cenar directamente y tomar una copa en un lugar bonito, sin tener que salir del barrio. La comida es buenísima y muy barata. No es cierto que sólo sirvan pizza, también hay bocatas y pasta hecha a la italoamericana, con la receta que Clemenza le dio a Michael para cuando “tuviera que guisar para veinte”: unos ajos fritos en aceite de buena calidad, tomate natural y tomate en lata, salchicha, las desmesuradas meatballs, vino y azúcar. Todo el que ha sido alguien en el universo de la ficción mafiosa, desde Gandolfini a Sinatra, ha pasado a comer por John’s y tiene su foto colgada en algún rincón del local. Las pizzas, de superficie irregular, rugosa y crujiente, están hechas en horno de leña, tienen mil ingredientes para elegir y cuidado, 14 pulgadas (inches) son 35 centímetros, o sea que el diámetro de la pizza más pequeña es equivalente al de un balón de playa desinflado. Os dejo mi momento cinematográfico favorito relacionado con John’s Pizza: