(Km. 259 de la N- V)
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Operación retorno
(kubelick dice)
Dicen que lo que cuenta no es el destino sino el viaje en sí. Como metáfora de la vida no está mal, hay frases hechas para casi cualquier cosa. El caso es que, coincidiremos todos, si el atasco jode igual, no es lo mismo ir que venir. Continuando con las perogrulladas, no se disfruta de la misma manera un viaje de placer que uno de curro. Con las comidas es lo mismo. Ayer oí cómo fulanito le recomendaba a su compañero menganito que obligase a un cliente común a que le compensara con “una buena cena” no sé qué transacción comercial que había echado a perder. Esta es una de esas costumbres de posguerra aún sin corregir que no me entra en la cabeza. O sea, por una comida gratis estamos dispuestos a regalar horas extra acompañados de un tío, que ni es amigo ni nada y que, encima, nos ha fastidiado el día. Lo que nos lleva a la tercera evidencia simplona de hoy: importa, y mucho, con quién vayas y vengas.
Para los viajes por carretera es imprescindible tener localizado, según el gusto de cada uno, el sitio donde hacer la parada. Puede ser la estación de servicio con tienda y cafetería, con su baño que huele a Xampa recién fregado, cadena Dial de fondo y una joven latina en la barra que despachará baggettes de jamón serrano con brie, cocacola de grifo y palmeras de chocolate plastificadas. O puede ser el mesón anexo al puticlub, con ventanas tintadas sin limpiar desde el mundial 82, jamones colgando y quince tíos apoyados en la barra que, al pasar, te mirarán las tetas de reojo para volver inmediatamente a enfrascarse en el televisivo ritual del partido de la jornada. Es este tipo de baretos, eso sí, los bocadillos son de pan pan, la cocacola de botella y, si están en la mitad este de la península, ofrecerán miguelitos de postre. Sea el que fuere, más vale ir sobre seguro y no improvisar porque después de estar retrasando el descanso durante 40 kilómetros (“ en la siguiente salida… es que esta no se ve desde la carretera… a los 200 justos”, etc), dará igual que vayas acompañado del mismo Job: la ansiedad acumulada unida a la más que probable frustración de las expectativas derivará en la tradicional mosqueo “on the road”. Y aún queda la mitad del camino por delante.
De paso hacia donde sea por la Nacional V, hay un lugar extraordinario que destaca entre la morralla de los restaurantes de carretera. En las noches de verano de La Majada se come fuera, en un paraje perdido en mitad del campo, pegado a la imponente postal de Trujillo iluminado en lo alto. Las tardes de invierno se pasan en un comedor de piedra y madera más acogedor que muchos salones particulares. Aconsejo empezar con una ración de queso al romero (7 €) y pasar directamente a los mejores huevos fritos con patatas y jamón que he probado en mi vida (16 € por cabeza). Solo cuando su impecable servicio te traiga la cuenta recordarás que estabas de paso, que hay que salir de este universo paralelo, que hay que volver a la carretera. Nos lamentaremos entonces de no tener, como los pastores antaño, la libertad de extender el jergón en cualquier esquina para echarnos a dormir.
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