Como ese tío que vuelve a casa sin comerse un rosco después de haber estado toda la noche invitando a copas a una hortera resultona. Así me siento yo cada vez que vuelvo del Helios, cabreada, frustrada, descapitalizada y sin la excusa de haberme llevado algo de calidad a la boca. Lo peor es que no escarmiento y vuelvo a caer engatusada por esa mezcla de casita de madera blanca con emplazamiento de morada regia, con ese encanto chic equivalente a saber combinar unos vaqueros con un Cartier. Esa fachada atractiva y desenfadada oculta sin embargo una esencia vulgar y mezquina. No hay camareros más desganados ni raciones más rácanas. Los arroces no los hace mal del todo pero, solo faltaba, estamos en Alicante. El resto de la carta es mediocre, y el embrujo de la estupenda vista a la playa de Les Rotes se va desvaneciendo a medida que tienes la sensación de que debes dejar el sitio libre rapidito para que lo ocupe el siguiente primo que vendrá a dejarse los cuartos.
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