El digestivo
El pacharán, el orujo blanco, el licor de hierbas, servidos siempre en vaso de chupito o en copa de balón, es ese detallito con el que los restaurantes se tiran el rollo de generosos cuando te has zampado una comilona considerable. Dicen que tiene propiedades digestivas pero yo siempre he pensado que, si la intención es asimilar bien los 50 eurazos por barba, ya podrían estirarse e invitar a unos gin tonics. Porque no nos engañan, “casero” no es sinónimo de “mejor”, sólo de “más barato”. Para ellos, claro, porque en la bendita España de la melancolía perpetua los meseros insisten en cobrarte un plus por ofrecerte lo mismo con lo que tu abuela cebó a su numerosa prole en una economía de posguerra. El orujo es el colmo del reciclaje. Se obtiene destilando el bagazo de la uva. Bagazo, eufemismo que da categoría a una etiqueta en la que debería poner “este emborrachador está elaborado a partir de desperdicios”. Eso es, la piel, las semillas y los tallos de la uva, o sea, que todo lo que no es zumo, es bagazo.
Después de estar de cata por Córdoba durante dos días, a la búsqueda de las berenjenas a la miel y el salmorejo perfectos, decidimos hacer tiempo hasta la hora de coger el tren tomado un licorcito de sobremesa en uno de esos maravillosos restaurantes con patio situados frente a la mezquita. El local es impresionante, repleto de geranios, ficus (¿fícuses?), cintas, potos y buganvillas, y, vale, no llegamos a comer, así que tampoco es que nos lo fueran a regalar. Pero me parece a mí que 5,25 eurazos más IVA (del antiguo) por cáscaras de uva es una pasada.
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