Indochina




 


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La cuenta, por favor

 

'Twas the week before Christmas...

(kubelick dice)

En mi oficina todo el mundo lleva un par de semanas quejándose porque los recortes presupuestarios han alcanzado a la cena de Navidad. Lejos de sumarme a los lamentos he pasado estos últimos quince días aliviada por la idea de que, por fin, este año nos libraremos de participar en lo que básicamente es una estratagema del jefe para “velar por su popularidad y ganarse el afecto de sus colaboradores, por insignificantes que sean”.

Es más, como loca de contento he estado, ilusionada por no tener que malgastar una noche obligándome a compartir más rato del necesario con gente con la que ya paso demasiado tiempo. Por que qué es la cena de Navidad de la empresa sino un grupo de “mamíferos vestidos y de pulgar oponible que buscan (cualquier cosa salvo)
inteligencia o ternura obsesionados a la caza de prepotencias calibradas por el número y calidad de sus relaciones.” Qué es sino jefecillos de todo esto que, “vasos escarchados en mano y contemplando los cubitos flotantes (fingen escuchar al pelmazo del subalterno,) inútil de cara a su ascensión mundana o profesional, (solo porque le produce) un efímero placer de poder y de afable desprecio.” Bien es cierto que, a veces, en una cena de empresa prima “lo sexual, atenuando o suprimiendo lo social”. Sí. Hay gente que aprovecha estas ocasiones para pillar. Hay quien se enfunda “una falda imperativamente estrecha (y confía en un) momentáneo poder”. Cuidado con eso, “porque la acción sexual es pasajera en tanto que soberana y duradera la de lo social.

Solo hay una forma de salir airoso de la cena de empresa: no ir.

Será por planes. Con la cantidad de reuniones de amigos que se acumulan en estas fechas. El “¡a ver si quedamos!” al que damos largas durante 360 días al año, esprinta en el tramo del lunes al viernes de la semana antes de Navidad, y terminamos por proponer hora y garito para todas y cada una de las convocatorias. Como si no fuéramos a vernos nunca más después de las fiestas. Como si en lugar del advenimiento del sempiterno ritual (a saber: deglución de turrones, berreo de villancicos, dispendio pecuniario, ingesta etílica y golpeo de familiares, no necesariamente por ese orden) lo que se nos viniera encima fuera un Armagedón producido por Bruckheimer, de los que aniquilan cualquier rastro de vida salvo unos pocos habitantes en la ciudad de Nueva York que, liderados por Will Smith, encontrarán la forma de salvar la Tierra en la última bobina…

No caerá esa breva. No. El mundo no se acabará el próximo viernes. Pero seguro que para entonces estaremos exhaustos, con hígados y estómagos reventones que producirán residuos sin parar. Los que hayan tenido cena de empresa supurarán, además, extra de bilis.

Si hay quien aún no ha tenido la cena con los amigos, te recomiendo el destartalado entorno colonial de Indochina. Abre todos los días, puede albergar multitudes y la comida es estupenda. Reserva una de esas fantásticas mesas redondas. Podrás charlar con todos y no solo con el que te toque al lado. Podrás mirarles a la cara y ver quién ha pasado un buen año y quién lo ha tenido peor. Podrás despotricar alegremente del trabajo y despellejar a los de la pandilla que decidieron no acudir en el último momento. El menú degustación ofrece por 20€ samosas, dim sum y tallarines picantes para empezar. De segundo, cuatro muestras representativas de su carta de fusión asiática, incluyendo gambas, pato, pollo y arroz.

¿Te parece caro? Entonces id directamente al chino del barrio. Por cursi que pueda parecer no es tan importante dónde vas sino con quién. En estas fechas, como dice mi amiga G, tan entrañables.


*La negrita la he cogido prestada de Bella del Señor de Albert Cohen, un libro que alguien calificó de hipercalórico y que es capaz, además, de satisfacer las necesidades más heterogéneas.


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