Lexington Candy Shop | Luncheonette




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Pocos hombres han estado tan guapos nunca como Robert Redford en Los tres días del cóndor. El analista de la CIA Joseph Turner es un referente imprescindible en mi educación sentimental, su camisa celeste y su chaqueta de tweed, sus patillas, sus gafas de aluminio y su abrigo negro con las solapas subidas. “No soy un agente de campo, sólo leo libros”, cuando era pequeña, Televisión Española pasaba a menudo esta peli que proponía un héroe distinto, un especialista en códigos secretos que curraba en una tranquila oficina del Upper East Side hasta que un día se ve envuelto en una peligrosa trama conspirativa, un precedente condensado y mainstream de lo que años más tarde sería la fabulosa Rubicon. Por qué quería matarle Max Von Sydow, qué diantres tenía liada el gobierno con los pozos de petróleo, estaba Cliff Robertson de su lado o no, la trama era divertida, pero lo más interesante para mí era ese momentazo en el que Turner secuestraba a Faye Dunaway a punta de pistola. Mujer suertuda donde las haya la Dunaway: o sea, bajas a comprar el pan y, ea, Robert Redford te obliga a pasar la noche con él. Sidney Pollack presentaba un Nueva York otoñal y lluvioso que estrenaba Torres Gemelas. Se llevaba el bigote, los chalecos y las pieles auténticas. Turner salía cada día a pillar el lunch a la vuelta de la esquina. Con la misma fachada, la misma barra y la misma colección de botellas, allí sigue la Lexington Candy Shop. Además de buenos sándwiches, presume (con motivo, doy fe) de french toasts y de pancakes. 




Shake Shack




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Teléfono: ‎6467478770

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El calor en Nueva York en verano es insoportable. A unas temperaturas desproporcionadas se une la combustión de los coches, los vapores del metro, los efluvios de los almacenes subterráneos. Reconozco que todos esos detalles, cuando corre el aire, me resultan pintorescos e incluso atractivos, pero la humedad caliente de la isla vuelve los paseos pegajosos, pesados y sucios, y tengo la sensación permanente de que voy a echar a hervir en cualquier momento. Siempre habrá quien te diga que el invierno cerrado es peor, y, oye, va en gustos, pero yo recomiendo ponerse a cubierto cuando el termómetro Fahrenheit ronda los cien grados. Un buen plan, si además has decidido visitar la ciudad con críos, es echar medio día en el Museo de Historia Natural. Los enanos se lo pasarán pipa con los bichos, fliparán con la ballena que se tragó a Pinocho y sentirán la tentación de liarla parda, al estilo de Katharine Hepburn, con las reproducciones de los dinosaurios. Justo a la vuelta de la esquina, hay un Shake Shack, otro gran hito de la creación digan lo que digan los nutricionistas. Aquel que combinó por primera vez las hamburguesas con batidos, gracias, estés donde estés. Eres un ídolo personal mío y de legiones de niños que, como yo, piensan que esa combinación de dulce y salado es algo colosal. Los padres, además, pueden reivindicar su condición observando cómo preparan las hamburguesas de sus churumbeles: la cadena de manipulación, esa que los macdonalds y burgerkings ocultan a los clientes con paneles y mostradores, está en Shake Shack a la vista de todos. Otra cosa es que des por buena la (ridícula) afirmación de que lo que allí se sirve es sanísimo y libre de grasas saturadas. Es un garito de junkfood que sirve una carne notable, luminoso, agradable, bien acondicionado, mucho mejor que la media, que ya es bastante.





Positano




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Teléfono: ‎+12123349808

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Comer en Little Italy es el equivalente en turisteo a tomarse una paella en la Plaza Mayor de Madrid, con la diferencia de que cualquier italiano que se precie, por muy marrullero que sea, nunca caería tan bajo como para presentarte un plato de pasta mal cocinado. En Positano la comida está muy buena y no es cara. Si hace sol, puedes comer fuera, y si no, dentro en el comedor que preside una reproducción de la Sagrada Familia Italoamericana.

                PS: Si queréis leer anécdotas sobre el origen, auge y (casi) desaparición de Little Italy, no os perdáis este estupendo reportaje de Jot Down sobre losverdaderos barrios étnicos de Nueva York.

Popover Cafe





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Teléfono: ‎2125958555 

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¿Qué demonios es un popover? Es un bollo hueco de masa muy fina, una especie de profiterol gigante, la interpretación yankee del del Yorkshire pudding. Aunque contó con numerosas interpretaciones en su llegada al América (lo cocinaban con calabaza, con cerdo, con ternera, con ajos, con especias) hoy en día ha pasado a ser un elemento de repostería donde el ingrediente fundamental es la mantequilla y se sirve como desayuno o merienda. En el establecimiento del 551 Amsterdam Avenue te lo ofrecen con una rica mantequilla de fresa y confitura del mismo sabor a conjunto con la bonita cafetería, que está adornada en rosa. Tienen WiFi gratis.





Highlands Cafe Restaurant





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Teléfono: 212 249-6505

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Típico diner en el Upper East Side con menú del día y camarero überamericano cincuentón con gorra de visera, exceso de peso y muy mala leche. Como suele pasar en estos sitios, las raciones son muy grandes así que merece la pena pedir siempre la mitad de lo que se te antoje y compartir. De otra forma terminarás con mucha comida en el plato y un desfase innecesario en la cuenta. 


La Caridad 78





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Teléfono: 212 874-2780

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El impresionante patio alrededor del cual
está construido el bloque de apartamentos
del Apthorp es una de las localizaciones
reales de la película de Nichols.
La Caridad era uno de los restaurantes preferidos de Nora Ephron. La autora de Cuando Harry encontró a Sally destacaba este local como uno de los mayores atractivos del Upper West Side, barrio al que se mudó tras su traumático divorcio de Carl Bernstein. Como catarsis de su vida en común con el codestapador del Watergate, del deslumbramiento a los cuernos, escribió un libro que tituló gástricamente Heartburn (ardor de estómago) y también su adaptación cinematográfica, dirigida por Mike Nichols, protagonizada por Meryl Streep y Jack Nicholson, y rebautizada en España con otra metáfora de sobremesa, Se acabó el pastel. En un artículo para el New Yorker, Ephron recordaba aquellos días cuando huyó de Washington y se refugió en el majestuoso edificio Apthorp, en un sexto piso con ocho habitaciones y un precio de alquiler ridículo, que inmediatamente se convirtió en su sanctasanctórum. Diez números más abajo en la misma acera de Broadway, está La Caridad


También los fundadores de La Caridad salieron por patas de algo que, al principio parecía una buena idea, y luego resultó que no. De la China de Mao se fueron a Cuba (ya es tener puntería), de donde emigrarían de nuevo, diez años después, al estallar la Revolución Castrista para recalar en Manhattan a principio de los sesenta. El restaurante es un espacio luminoso y nada sofisticado, un comedor sencillo con carteles donde puedes leer los nombres y precios de la amplia oferta de platos cantoneses y criollos. Las especialidades son precisamente eso, platos típicos de uno y otro lado, así que no estamos hablando de un restaurante fusión. Claro que siempre hay una lista, como yo, a quien se le ocurre que por qué no, seguro que mezclar las dos cosas es una buena idea. Pues no. Pedí un plato de gambas guisadas acompañado de arroz y unos plátanos fritos. El camarero torció el morro, pero a mí me dio lo mismo. Este fue el resultado: 


Lo bueno de meter la pata en un restaurante como La Caridad es que el error no te cuesta demasiado caro (de hecho, es baratísimo). Si os pasáis por allí, no os tiréis el rollo y optad por chino o cubano, o por chino y cubano, pero no en el mismo plato. La tradicional ropa vieja con frijoles y plátano frito está muy buena y, cuidado, las raciones son enormes. 








69





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Teléfono: 02392815498

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No pude resistirme al cartel de la puerta, “Live Jazz”, decía, y a la embriagadora versión de What is this thing called love? que se escuchaba desde la calle. El vuelo de Madrid no había sido largo, el tiempo justo para que la compañía aérea perdiera mi maleta y me despachara con malas pulgas y un papel que no garantizaba en absoluto que fuera a reencontrarme con mi ropa y mi neceser durante esa semana que tenía que dedicar a dar clases en la universidad de Portsmouth. Lo que yo quería, en realidad, cuando reparé en el letrero a la entrada del 69 Wine Bar & Bistro, era cenar y olvidarme de todo. Aquel sitio no parecía un restaurante desde fuera; una tienda de muebles, quizás una boutique. Miré de nuevo, no había duda: junto al nombre de la banda se anunciaba “Sunday Menu” hasta las 19h. Agotada, me dejé arrastrar por Cole Porter.



Dentro el ambiente era fenomenal. Casi todos los comensales llevaban una o dos copas de sobremesa, sonrisas modorras y acompañamientos de percusión con la cucharilla del postre. Jane, la dueña del local, me recibió con una gran sonrisa encaramada a unos altísimos tacones, delighted de recibir a foráneos devotos de la cocina tradicional británica con un puntito de estilo continental. Maravilloso el roasted rib eye de beef, con roast potatoes, Yorkshire pudding y red wine gravy. Después de una copa de vino blanco, el cerebro se me volvió esponjosito. La música, la comida, la gente acodada en la barra, aquello era una fantasía yeyé, suspendida en el tiempo y el espacio y, si Peters Sellers se hubiera sentado a mi mesa en ese momento, no me hubiera sorprendido lo más mínimo. En días posteriores volví y pude certificar que, si bien la música y el asado son un lujo dominical, la carta varía cada día y la calidad permanece inalterable. Sin duda, el mejor restaurante que he catado en Portsmouth.


Mint Tea Room





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Teléfono: 02392346958


La novelería de las cupcakes y las cookies se extiende como una gripe cabrona por todo el mundo. Me costó bastantes días encontrar un sitio donde me sirvieran un cream tea en condiciones en Portsmouth. El Mint Tea Room es un pequeño rincón que trata de recrear una cocina típica de british granny. Desentonan los carteles, cruce de IKEA y secta naturista, que reclaman el té como fuente de toda salud. Eso sí, a mí me sirves un Earl Grey en esa porcelana tan ideal, unos scones frescos y, con el nublado fuera, ya me da igual todo: soy feliz.  


Rosie’s Vineyard



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Teléfono: 23 9275 5944









Rosie’s Vineyard ofrece todo lo que me puede apetecer un viernes por la noche. Un combinado de Hendricks y Edelflower Cordial para abrir boca, acompañado de queso, embutido y aceitunas, un trío de Jazz en directo, Beef Wellington con ración de verduras como plato principal y una amplia bodega donde elegir. En buena compañía, además, es una forma maravillosa de empezar el fin de semana.

Barnaby's





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Teléfono: 02392821089

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Barnaby’s es caro, así que merece la pena aprovechar la oferta de menú de tres platos a elegir de la carta por £20 (poco más de 23€) que tienen de martes a jueves. Es el restaurante que todos recomiendan para “comer bien” en Southsea, para darte un homenaje, aunque a mí no me convenció del todo. La calidad de las viandas es muy superior en 69 y, además, es más barato.

Pechuga de pato Gressingham (un cruce entre el Mallard salvaje y el pato Pekín) con salsa de naranja acompañada de patatitas salteadas y verduras hervidas. 

Hecho en Dumbo




Teléfono: 2129374245


Aunque breve e improvisada, la visita a Hecho en Dumbo, un mejicano que se mudó de Brooklyn a la Bowery hace un par de años, me dejó un recuerdo fantástico. Había insistido Juan Mayne, socio de Punto MX y comedor disfrutón donde los haya, que no me lo podía perder, que era "maravilloso". No mentía. Intenté acoplar la agenda y reservar en barra del chef Danny Mena para probar el menú degustación, pero no sé qué tipo de maldición azteca tenía yo encima en esos días que no fui capaz de hacer un hueco. Sí pude, sin embargo, acercarme al happy hour una tarde que paseaba por Washington Square con mucha hambre y mucha sed. 

La fachada negra, con un gran ventanal, recuerda a los aparatos industriales de cocina que se venden expuestos en esa misma calle durante la mañana. Aunque ya todo Manhattan es residencial pijo, la Bowery se distingue de otros barrios por su toque rudo, industrial y metálico; para que os hagáis una idea, Hecho en Dumbo está a dos calles del CBGB, el Sión del punk donde Patti Smith, Los Ramones o Talking Heads baquetearon los setenta. Por dentro, el restaurante es otro almacén ciego de ladrillo visto iluminado con muy buen tino, con sillas desparejadas y paneles de rejas de acero. 

Regados con una michelada, picante y fresquita, se pueden degustar individualmente una selección de los sublimes antojitos de la carta a un precio soberbio, de tres a ocho dólares. Ojo, estamos hablando de porciones equivalentes a una ración moderada, ofrecidas con gracia y excelentemente cocinadas en un restaurante que no tiene, hasta el momento, ni una mala crítica en los medios especializados. Para todos los que aún pensáis que “Nueva York es muy caro”, apuntad bien y acertaréis: costra de res, servida en tacos caseros, a base de sabrosa carne (ecológica, al parecer) hecha al punto, un guacamole perfecto y un ceviche que me prepararon sin cilantro, por petición expresa (y de mil amores). La próxima vez pienso renunciar a estos lugares comunes de los restaurantes mejicanos y zambullirme en los cinco platos del menú degustación (sesenta dólares).