L'Obrador





Cómo llegar


Teléfono: 913664834
La cuenta, por favor


Cosas que hacen que salir a cenar valga la pena

(kubelick dice)





Llevaba más de dos meses intentando quedar con un par de amigas para cenar. Dos meses para poner de acuerdo a tres personas. Se dice pronto. Por fin los planetas se alinearon: una de ellas se quedó en paro y eso facilitó la conciliación de agendas para el siguiente viernes. Era miércoles y yo ya tenía antojo de mexicano. Nunca he estado en la Taquería del Alamillo y siempre que paso por allí pienso que seguro que es imposible cenar mal en un sitio con un emplazamiento tan mono… Así que llamé por teléfono para reservar pero comunicaba. Y seguía comunicando tres días después. Viernes por la mañana y una de mis dos amigas, madre primeriza recién incorporada al trabajo, me llama para recordarme que haga la reserva para las 11 "no me pierdo la hora del baño de mi niña por nada del mundo". De acuerdo. Tomar por c*** el Alamillo. Buscador: restaurante mexicano Madrid. Enter. Llamé a tres de ellos. En ninguno aceptaron reservar "después de las 10". Resignada, renuncié al guacamole y saqué la tarjeta maestra de las cenas en late night.

Está en La Latina y no es especialmente barato pero L'Obrador, como el algodón, no engaña. Un día de estos me extenderé un poco más para comentar su escueta aunque suficiente oferta de carnes, pescados y pastas, sus curiosos "álbumes de vinos" o su particular ambiente de regusto Art Decó, Pero hoy quiero destacar una virtud mayor: la de ser uno se esos sitios en los que puedes pasar una noche para recordar con tus amigas sin que el menú, los camareros o la cuenta sean los protagonistas.
Llegué la primera y me entretuve leyendo una revista (Particularmente un artículo titulado "las barricas del diablo" que reforzó aún más si cabe mi admiración por el Whiskey. Y es que cualquier cosa sabe mejor si en algún momento ha sido pecado) Llegaron mis amigas. Tarde claro. Y echándose la culpa la una a la otra. Y qué más da, pensaba yo. Tenía tantas ganas de veros.
Terminamos de cenar y pedimos una copa. Frente a nosotros, a unos cinco metros, un grupo de personas conversaba animadamente. Y, en nuestra mesa, "no me ofrecen nada mejor y voy a tener que coger ese trabajo de mierda", "si me pongo muy pesada hablando de la niña me cortáis, no os quiero dar la paliza", "la estás malcriando", "ya me lo dirás cuando tengas hijos", Y otra copa más, "te acuerdas de aquel día en que…" "¿yo? bastante tengo con el gato…" "di que sí, disfruta todo lo que puedas"…
Y ya son las dos y media de la mañana. A nuestro alrededor no queda nadie. El restaurante está absolutamente vacío salvo por el grupo que está frente a nosotras. Al pasar junto a ellos para salir una voz dice, "gracias, buenas noches" Me doy la vuelta y efectivamente, son los camareros. Llevan más de una hora sin más clientes que tres amigas despotricando frente a un whiskey. Ni un "vamos a cerrar" ni un "vayan saliendo" ni un "fuera de mi garito, borrachas". Igual de majos a las 2 y media que a las 11. Y claro, así da gusto.






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