Brunch, nunca mais
(felicis dice)
Cuando algo tan in como el brunch se convierte en tu peor enemigo, es que algo falla en esta ciudad. O en mí, no sé. Kubelick me llamó el sábado pasado para informarme del plan dominical: que nos vamos de brunch, a un sitio super de moda en la calle Almirante. "Gracias a Dios, no es en la Latina", pensé yo, harto de resacas fashion y de los desfiles de gafas de sol plaza Paja arriba, plaza Paja abajo.
Así que el domingo me levanté feliz de tener un plan tan super mega moderno y neoyorquino. Ay de mí, debí atender al primer presagio, y es que no encontré kiosko de camino ni pude llegar al local en cuestión con El País bajo el brazo. Tremendo fallo en una mañana de domingo moderna, progre y alternativa como Dios manda.
Llego a la cita con Kubelick (muac, muac) y lo primero que veo es que el local está a tope. Hago la temida pregunta: ¿cuánto hay que esperar? Un rato, nos dicen. Pero no importa, porque el sitio es la caña y va a merecer la pena, pienso yo.
A la hora de espera, y cuando por fin nos sientan a los siete que éramos en la mesa, te dan la carta y ves que el brunch de los cojones nos va a salir a 22 euros ..por pringao (y eso sin incluir el blodimeri). Las ínfulas neo alternativas se te bajan a las plantas de los pinreles.
Los camareros, amargados por currar en domingo, tampoco te hacen cambiar de opinión. El pedido, que la chica tarda media hora en apuntar, incluye un Actimel (y no me queda claro si esto del Actimel es algo fashion o más bien marujoide), media copa de zumo de naranja o de plátano y fresa (de bote, que quede claro), el pan, la mantequilla, los huevos y una ensalada de frutas de temporada. "¿Cuál es la fruta de temporada?", pregunto. Respuesta de la camarera: "¡Pues no sé, la de temporada!" "Claro, claro", contesto yo, alucinado. Lo mejor es que al final esa ensalada no era más que una macedonia de la de toda la vida, eso sí, enriquecida con orujo de oliva.
Ah, y el café. Pero hubo que pedirlo unas cuantas veces. También hubo que pedir azúcar hasta tres veces (éramos siete comensales, y cada vez traían tres sobrecitos, no fuera a ser que nos diera una subida de glucosa).
El blodimeri, por supuesto, lo iba a pedir el jani. Yo ya no hacía más que pensar en los 22 euros, cada vez que tenía que hacer placaje con los camareros para conseguir un poco más de leche, un vaso de agua o que te llenaran la copa de zumo como Dios manda (que no es Dom Perignon, cojones!). Kubelick mientras le hacía fotos a los recipientes superfashion en los que traían cada vez los tres sobrecitos de azúcar. ..De tres en tres, de tres en tres.
Al final, lo único bueno de este insigne Café Oliver es la encargada, Teresa. Hija, me compadezco de ti, rodeada como estás de camareros que no saben ni llegar a la conclusión de que a una mesa de siete tienes que ponerles por lo menos siete sobres de azúcar. Que no hace falta saber hacer una integral para eso...
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Cuando algo tan in como el brunch se convierte en tu peor enemigo, es que algo falla en esta ciudad. O en mí, no sé. Kubelick me llamó el sábado pasado para informarme del plan dominical: que nos vamos de brunch, a un sitio super de moda en la calle Almirante. "Gracias a Dios, no es en la Latina", pensé yo, harto de resacas fashion y de los desfiles de gafas de sol plaza Paja arriba, plaza Paja abajo.
Así que el domingo me levanté feliz de tener un plan tan super mega moderno y neoyorquino. Ay de mí, debí atender al primer presagio, y es que no encontré kiosko de camino ni pude llegar al local en cuestión con El País bajo el brazo. Tremendo fallo en una mañana de domingo moderna, progre y alternativa como Dios manda.
Llego a la cita con Kubelick (muac, muac) y lo primero que veo es que el local está a tope. Hago la temida pregunta: ¿cuánto hay que esperar? Un rato, nos dicen. Pero no importa, porque el sitio es la caña y va a merecer la pena, pienso yo.
A la hora de espera, y cuando por fin nos sientan a los siete que éramos en la mesa, te dan la carta y ves que el brunch de los cojones nos va a salir a 22 euros ..por pringao (y eso sin incluir el blodimeri). Las ínfulas neo alternativas se te bajan a las plantas de los pinreles.
Los camareros, amargados por currar en domingo, tampoco te hacen cambiar de opinión. El pedido, que la chica tarda media hora en apuntar, incluye un Actimel (y no me queda claro si esto del Actimel es algo fashion o más bien marujoide), media copa de zumo de naranja o de plátano y fresa (de bote, que quede claro), el pan, la mantequilla, los huevos y una ensalada de frutas de temporada. "¿Cuál es la fruta de temporada?", pregunto. Respuesta de la camarera: "¡Pues no sé, la de temporada!" "Claro, claro", contesto yo, alucinado. Lo mejor es que al final esa ensalada no era más que una macedonia de la de toda la vida, eso sí, enriquecida con orujo de oliva.
Ah, y el café. Pero hubo que pedirlo unas cuantas veces. También hubo que pedir azúcar hasta tres veces (éramos siete comensales, y cada vez traían tres sobrecitos, no fuera a ser que nos diera una subida de glucosa).
El blodimeri, por supuesto, lo iba a pedir el jani. Yo ya no hacía más que pensar en los 22 euros, cada vez que tenía que hacer placaje con los camareros para conseguir un poco más de leche, un vaso de agua o que te llenaran la copa de zumo como Dios manda (que no es Dom Perignon, cojones!). Kubelick mientras le hacía fotos a los recipientes superfashion en los que traían cada vez los tres sobrecitos de azúcar. ..De tres en tres, de tres en tres.
Al final, lo único bueno de este insigne Café Oliver es la encargada, Teresa. Hija, me compadezco de ti, rodeada como estás de camareros que no saben ni llegar a la conclusión de que a una mesa de siete tienes que ponerles por lo menos siete sobres de azúcar. Que no hace falta saber hacer una integral para eso...
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3 comentarios:
Coincido con bastantes puntos, aunque reconozco que mi experiencia fue más positiva...
Hola Sade.
¿Por qué no nos cuentas esa experiencia?
;-)
kubelick
Uno... ¡Quién coño nos habrá vendido la moto de que debemos ser modernos!
Dos... Paradoja: nunca lo seremos porque tenemos que currar para pagar una modernez que imita... me temo.
Tres... Todos caen, caemos... y vuelven. Yop no, jejejej ¿Será ese el secreto de la modernez? ¿Ser tonto y aparentar que los tontos son los demás?
Yo también asistí y recuerdo una cuenta del estilo... por un actimel y un jaleo de frutas que ni siquiera son de temporada.
No more Oliver.
Yo caí y nunca más... evidentemente puse cara de: - Qué chollo de domingo... hasta que llegué a mi casa y me di cuenta de lo que soy.
Para eso me he alquilado una casa con un ventanón tremendo, para invitar a los amigos a tomar el sol, para hacerles zumos de naranja e incluso piñas coladas con mi liquidichificadora.
Porque crear tendencia es ser moderno. Propongo que el brunch del Oliver se lo metan por el culo a los dueños y practiquemos la invitación buen rollera.
Ánimo felicis, bienvenido al club de los engañados.
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