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La cuenta, por favor
Pocos hombres han estado tan guapos nunca como Robert
Redford en Los tres días del cóndor. El analista de la CIA Joseph Turner es un
referente imprescindible en mi educación sentimental, su camisa celeste y su
chaqueta de tweed, sus patillas, sus gafas de aluminio y su abrigo negro con
las solapas subidas. “No soy un agente de campo, sólo leo libros”, cuando era
pequeña, Televisión Española pasaba a menudo esta peli que proponía un héroe distinto, un especialista
en códigos secretos que curraba en una tranquila oficina del Upper East Side
hasta que un día se ve envuelto en una peligrosa trama conspirativa, un
precedente condensado y mainstream de
lo que años más tarde sería la fabulosa Rubicon. Por qué quería
matarle Max Von Sydow, qué diantres tenía liada el gobierno con los pozos de
petróleo, estaba Cliff Robertson de su lado o no, la trama era divertida, pero
lo más interesante para mí era ese momentazo en el que Turner secuestraba a
Faye Dunaway a punta de pistola. Mujer suertuda donde las haya la Dunaway: o
sea, bajas a comprar el pan y, ea, Robert Redford te obliga a pasar la noche
con él. Sidney Pollack presentaba un Nueva York otoñal y lluvioso que estrenaba
Torres Gemelas. Se llevaba el bigote, los chalecos y las pieles auténticas. Turner
salía cada día a pillar el lunch a la vuelta de la esquina. Con la misma
fachada, la misma barra y la misma colección de botellas, allí sigue la Lexington
Candy Shop. Además de buenos sándwiches, presume (con motivo, doy fe) de french
toasts y de pancakes.
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