Barney Greengrass



Tortas de Inés Rosales, en el extremo
derecho de la estantería marrón.
Cómo llegar
Teléfono: +12127244707

La cuenta, por favor

En el escaparate de
Barney Greengrass hay un paquete de Tortas de Inés Rosales. Entre bolsas de pretzels y cajas de crackers, el “delicious snack” sevillano tiene un hueco en este carismático y centenario local, tan seguro de su identidad, que da la bienvenida a cualquier elemento que venga de fuera y tenga algo que aportar. Celebrando esta particularidad, Elvira Lindo, vecina del Upper West Side y cliente habitual, le dedica un bonito pasaje en su último libro, Lugares que no quiero compartir con nadie. Destaca también la escritora la variedad de historias de ficción que ha albergado este deli judío. Una de las más divertidas, a mi juicio, es el capítulo de 30 Rock titulado La Burbuja. En él, Liz Lemon queda para comer en Barney Greengrass con su nuevo novio, el Dr. Drew Baird, un hombre tan guapo que todo el mundo le pasa por alto defectos y extravagancias intolerables:

El comercio está dividido en dos zonas. Junto a la entrada, la tienda, con mobiliario de metal cromado, estilo años cincuenta, y dos inmensos mostradores repletos de bagels, bialys, frutas, conservas, encurtidos, embutidos y salazones para llevar. A la izquierda, el comedor, mesas y sillas de madera forradas de sky verde oscuro y paredes cubiertas con un mural que parece representar la Nueva Orleans de principios del XX; de nuevo, un elemento fuera de lugar que, sin embargo, no desentona en absoluto. Nos toca el camarero buenmozo, un cruce de Zachary Levy y Sacha Baron Cohen, que nos explica que Barney Greengrass es el rey del esturión, un pescado apodado el bacon del océano de tan sabroso como es. Decido probarlo al estilo de la casa, revuelto con huevos y cebolla, y acompañado por un bagel de semillas de amapola untado en cream cheese: un opíparo brunch desde cualquier punto de vista. 

“Spanish?” En la caja, al cobrarme, Gary Greengrass, el nieto del fundador, me suelta un chascarrillo tematizado: “¿No crees que las obras de Gaudí se parecen a las casas de los Picapiedra?”


Nos gusta tanto que volvemos un par de días después, esta vez, a la hora del almuerzo. En la mesa de al lado, tres hombres y una mujer, conversan mientras toman sus matzo soup. Aunque son discretos, se nota que los varones están embelesados con la chica: menuda, sin maquillar, con el pelo castaño y liso. Los cuatro parecen una versión contemporánea e indolora de La Cafetería, el cuento de Bashevis Singer, en el que los señores de los años cincuenta agasajaban y escuchaban el yiddish con acento de la delicada superviviente Esther, desconociendo la profunda perturbación que se escondía tras sus ojos color avellana.


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