Cornucopia

Cómo llegar
Teléfono: 915213896


El día del sorteo

(kubelick dice)

Andaba yo hace un par de días como las cabras locas, intentando completar los cientosetenta recados que dejamos para última hora antes de emigrar a provincias a ver a la familia en estasfechastanseñaladas. ¿Las pruebas de Hércules?, una mariconada comparada con ese deporte de riesgo que es sortear niños en las traseras del Corte Inglés de la Puerta del Sol. Que digo yo, estamos en plena era Pixar, existen PSP’s de todos los colores, la Wii está agotada en todas las tiendas: ¿qué tipo de droga reparten en el centro de Madrid para que Cortilandia, ese monumento a Lo Hortera encaramado allá en lo alto e iluminado a todas luces en exceso despierte semejante entusiasmo? (
Pani, sal de mi) En fin, que eché a correr como alma que lleva el diablo y aparecí de repente en el número 9 de la calle Navas de Tolosa, frente a un restaurante que se llama Cornucopia. Atraída por su inevitable fachada de cristal entré a pedir una tarjeta. La chica de la barra, sin dejar de hablar por teléfono, me sonrió. Cogí la tarjeta, le devolví la sonrisa y volví mis pasos hacia la puerta. “Yes, fifteen hundred” respondió la chica de la barra a su interlocutor. Entonces la reconocí. No sé si fueron los números, el timbre de pito inconfundible o la combinación de ambas cosas pero allí de pie con la tarjeta en la mano me di cuenta de que la chica de la barra era Kim, la secretaria del 1, 2, 3. Durante todo este proceso yo no había dejado de andar hacia la puerta así es, si, efectivamente, me tropecé con el escalón de la entrada y casi me cargo la bonita cristalera con la cabeza.

Felicis: en cuanto finalice el simulacro de amor y paz tienes que llevarme a cenar a este sitio. Por si no te parece suficiente, te cuento: el eslogan del garito es “food & art”. No te digo más.
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La era del plato cuadrado

(felicis dice)

Hoy el suplemento de Madrid de El País nos ha regalado este lúcido artículo de Eduardo Verdú. Es reconfortante ver que hay gente que piensa como nosotros. Con la mención que ha hecho este hombre de la ensalada con queso de cabra (ese totem sobre el que se sustenta nuestro blog), se me han saltado las lágrimas. Definitivamente, no estamos solos.
No, ¡¡si al final nos vamos a convertir en grupo de presión!!
¡Kubelick, a ese muchacho tan majete hay que invitarlo a comer ya!



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Me lo como todo

(felicis dice)
Cuando empezamos este blog, Kubelick y yo parecíamos tener el mismo objetivo. Pero ahora me doy cuenta de que quizá no sea exactamente el mismo. Aunque tal vez no sea malo, tal vez sean complementarios.
Me explico. Todo se debe a mi falta de paladar. Cuando Kubelick me dice que la comida de un restaurante es mejor que la de otro, yo callo y otorgo, porque la verdad es que no puedo rebatir su opinión. Vamos, es que ni siquiera tengo una opinión propia.
Yo llego a un restaurante, busco el pollo, lo pido y me pongo hasta las trancas. Que el plato es minimalista, pues pido más pan. Y ya está. Kubelick se pide un filete y si no está bueno, no se lo come. Yo pido un filete y me lo como. No pienso, me lo como. En mí sigue habitando ese niño con sobrepeso al que cuando era un bebé su madre preparaba “explosivos” (que así los llamaba) a base de quesitos, pescado, verduras cocidas, galletas, naranja, huevo y plátano. Así, todo junto. En la minipimer. Y por lo visto yo jamás rechisté. ¿Eso es un paladar exquisito? Pues no, eso es un sol de niño con todas las papeletas para ser un adulto gordo, y aunque ahora no lo soy (y mi trabajo me cuesta), mi paladar ya quedó atrofiado para siempre.
Por eso veréis que en mis posts apenas hablo de si la comida está buena o no, porque es algo que no soy capaz de discernir más que a grandes rasgos. Y cuando en el post anterior hablo de que los huevos rotos de En busca del tiempo son una sombra de lo que solían ser, me refiero a la cantidad, no a la calidad. Aunque creo que Kubelick tendría que añadir que también es aplicable a la calidad.
Y a eso es lo que quería llegar. Que yo al final me estoy centrando en el trato recibido como cliente, mientras que Kubelick se está refiriendo más a la calidad culinaria de los platos. Pero el objetivo es el mismo, advertiros de que la cosa, en materia de bares y restaurantes, en Madrid, está cada vez más inaguantable. ¿Qué más queréis?
Ahora bien, si preferís seguir yendo como borregos a los restaurantes más fashion de la capital para degustar todas las variantes de cutrensaladas templadas con sucedáneo de queso de cabra, y disfrutar como buenos masocas que seréis del trato de los camareros, este no es vuestro blog.
Felicis

En busca del tiempo




 

Cómo llegar
Teléfono: 915230818

¿Restaurante o Tetris?


(felicis dice)

El otro día, Kubelick, servidor y unos amigos fuimos a En busca del tiempo, un clásico ya de nuestra chupipandi progre y cultureta. A En busca del tiempo ya vamos por inercia, sobre todo cuando no se nos ocurre adónde ir, y el otro día, después de zamparnos de pie unos mejillones, continuamos la manduca en este rincón en el que tantas cosas nos han pasado: encuentros familiares, broncas entre amigos, caceroladas pre-reflexión y revelaciones vitales post-despido masivo.


Para empezar, ya he dicho que veníamos de picar en otro lado, y de los seis que éramos, algunos iban más llenos que los otros. Mala cosa, pensé, porque en Madrid, si algunos no piden más que un refresco, el camarero te pone mala cara. Por otro lado, me dije, el En busca del tiempo tiene un rollo más de taberna, qué cojones, no es un restaurante de etiqueta, ahí llegas, te sientas, y te pides lo que te dé la gana.

Pero no. En busca del tiempo ya no es lo que era. Ahora es un restaurante madrileño más. Primero, a hacer cola (¡para una taberna!), y luego el tema de en qué mesa nos colocan. Y a mí que me dio por echar de menos aquellos tiempos en los que entrabas en un bar y te sentabas, y ya está!

Al encargado de colocarnos, cuando le dijimos que éramos seis, maldita cifra, se le llenó la cabeza de algoritmos, raíces cuadradas e integrales. Ostia, qué atrevimiento el nuestro, pensé, el de quedar para salir seis personas, y no cuatro, u ocho, o doce…

Al final nos colocó en dos mesas rectangulares inmensas, cuando en una hubiéramos cabido perfectamente. No sé si para fastidiar o como venganza por la demoníaca cifra. Y le digo al buen tabernero: mire usted, que es que sólo necesitamos una mesa, y además lo preferimos así. Y me contesta: ya pero es que entonces en la otra mesa no queda hueco para comensales y se queda sin usar.

Me di la vuelta alucinado. O sea, pensé, que esa mesa va a estar de sobra de todas las maneras, y de lo que se trata es de joder a los clientes para no descomponer el tetris personal que tiene el hombre montado con las mesas. Como si por dejar una mesa sin sillas dejara de pasar a la siguiente fase.

Así son las cosas. En un acto de rebeldía aparté la mesa sobrante y puse cara de “que se atreva a decirme algo, que se atreva”. Me refería al camarero, que afortunadamente no se atrevió. Después vinieron los huevos rotos (una sombra de los que ponían antaño), la carne de ciervo (escasa escasa) y otros pseudomanjares como recuerdo de ese pasado que nunca ha de volver. La cuenta, sin embrago, de sombra del pasado, nada. Algo así como el doble de lo que nos hubiera costado hace tres años.

Lo pienso, y el nombre del restaurante tiene ahora una ironía implícita que te cagas.

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Can Punyetes





Cómo llegar

Teléfono: 915420921


La cuenta, por favor


(Actualizado el 9 de agosto de 2011)

No lo parece, pero Can Punyetes es en realidad una cadena de restaurantes; en su web cuento hasta seis sucursales en Cataluña y la mitad en Madrid. Este es el sitio donde los desplazados del noreste peninsular suelen llevar a sus amigos de la capital para presumir de gastronomía. El local de la calle Señores de Luzón, engaña: el toque de solera hace pensar que lleva allí más años de la treintena que acaba de cumplir. Efectivamente, Can Punyetes nació en 1981, el mismo año en que murió Josep Plá, quien hubiera apreciado como nadie tropezarse con una petita taverna como esta en aquellos años 20 del siglo pasado, cuando buscaba por Madrid, sin éxito, un buen restaurante catalán.

El cuerpo principal del menú lo componen las carnes a la brasa pero han encontrado su nicho de mercado sirviendo calçots en temporada, riquísimas butifarras y un pisto sobresaliente, todo ello a un precio ridículo. Ojo con el vino de la casa, no es bueno sino todo lo contrario.



Le Colonial





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Teléfono: +12127520808

Tierras de penumbra

(kubelick dice)

Le Colonial está al noreste de la isla de Manhattan y su especialidad es la cocina vietnamita. Lo tienen todo en plan mimbre, palmeritas y alfombras. Durante el día es esplendorosamente diáfano pero por la noche, para dar más ambiente aún, lo iluminan a base de velas, y cenar allí fue como jugar a las tinieblas en el set de El paciente Inglés. Yo, que para estar a gusto necesito sendos cirios pascuales en una cena romántica, las pasé canutas con diez en una mesa redonda y tres velitas de té. ¿La comida? Estupenda. ¿Sabéis esos rollitos vegetarianos de colores que se sirven fríos, que vienen envueltos en una crepe insulsa y que sólo saben a hierba? Pues allí los ofrecen bajo el nombre de Bo Bia y no tiene nada que ver. El ingrediente principal es el shitake o “seta deliciosa” y creedme que hace honor a su nombre. De los platos principales me quedo con el rape picante con cacahuetes y albahaca, el Ca Bam; lo presentan con unos divertidos crackers de arroz y sésamo que, en la oscuridad, tienen en mismo tacto que las hojas decorativas del centro de mesa… Evidentemente no saben igual.

Otros orientales en NYC
 


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Morimoto




 



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Teléfono: +12129898883



Autumn in New York (Vernon Duke. 1934)

(kubelick dice)


Compartir una comida con dos absolutos desconocidos es una experiencia singular. Una cosa lleva a la otra y, cuando te quieres dar cuenta, se te ha pasado la vergüenza y estás exhibiendo reflexiones de lo más sesudas. Sucedió en Nueva York, en otoño, donde, como dice la canción “los soñadores de manos vacías suspiran por tierras lejanas”. Al confín del mundo, al oriente más retirado fuimos a buscar la inspiración gastronómica necesaria para aderezar con wasabi una conversación que giró en torno a la felicidad verdadera. El uno, integrado del todo, defendía que es algo que hay que poner en práctica cada día, “no es un fin en sí mismo sino un medio”. El otro, apocalíptico perdido, rumiaba que había pasado la frontera de la esperanza, que ya “comprendió hace tiempo que la vida es una serie de mediocridades”. Y es que los españoles cuando nos entra el rollo penas emigrantes compartidas nos ponemos estupendos que no veas. Tan enfrascados estábamos en el tema que pedí el estupendo menú degustación en castellano. Sacudiendo la cabeza, musité “sorry, eh…” y el camarero, alborozado, exclamó “¡Son españoles!”… Las cosas han cambiado desde que Ana Torroja se lamentara amargamente de que allí “no habla nadie en cristiano”; hoy todos los maîtres de los restaurantes orientales de la gran manzana se llaman Gabriel.


Laureadísimo restaurante japonés muy cercano al pintoresco Chelsea Market, Morimoto se encuentra en pleno Meat Packing Distict. La comida es excelente y variada y el local es blanco y azul, brillante y oscuro, sin referencia del exterior, como un decorado de La fuga de Logan. “Carillo” dentro de lo asequible, unos 50 dólares por barba. Merece la pena dar una vuelta por los alrededores y acercarse al extremo más occidental de la isla, a la calle 11, a los muelles que desde ese lado del Hudson miran al mítico waterfront de Jersey. 

 
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