En busca del tiempo




 

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¿Restaurante o Tetris?


(felicis dice)

El otro día, Kubelick, servidor y unos amigos fuimos a En busca del tiempo, un clásico ya de nuestra chupipandi progre y cultureta. A En busca del tiempo ya vamos por inercia, sobre todo cuando no se nos ocurre adónde ir, y el otro día, después de zamparnos de pie unos mejillones, continuamos la manduca en este rincón en el que tantas cosas nos han pasado: encuentros familiares, broncas entre amigos, caceroladas pre-reflexión y revelaciones vitales post-despido masivo.


Para empezar, ya he dicho que veníamos de picar en otro lado, y de los seis que éramos, algunos iban más llenos que los otros. Mala cosa, pensé, porque en Madrid, si algunos no piden más que un refresco, el camarero te pone mala cara. Por otro lado, me dije, el En busca del tiempo tiene un rollo más de taberna, qué cojones, no es un restaurante de etiqueta, ahí llegas, te sientas, y te pides lo que te dé la gana.

Pero no. En busca del tiempo ya no es lo que era. Ahora es un restaurante madrileño más. Primero, a hacer cola (¡para una taberna!), y luego el tema de en qué mesa nos colocan. Y a mí que me dio por echar de menos aquellos tiempos en los que entrabas en un bar y te sentabas, y ya está!

Al encargado de colocarnos, cuando le dijimos que éramos seis, maldita cifra, se le llenó la cabeza de algoritmos, raíces cuadradas e integrales. Ostia, qué atrevimiento el nuestro, pensé, el de quedar para salir seis personas, y no cuatro, u ocho, o doce…

Al final nos colocó en dos mesas rectangulares inmensas, cuando en una hubiéramos cabido perfectamente. No sé si para fastidiar o como venganza por la demoníaca cifra. Y le digo al buen tabernero: mire usted, que es que sólo necesitamos una mesa, y además lo preferimos así. Y me contesta: ya pero es que entonces en la otra mesa no queda hueco para comensales y se queda sin usar.

Me di la vuelta alucinado. O sea, pensé, que esa mesa va a estar de sobra de todas las maneras, y de lo que se trata es de joder a los clientes para no descomponer el tetris personal que tiene el hombre montado con las mesas. Como si por dejar una mesa sin sillas dejara de pasar a la siguiente fase.

Así son las cosas. En un acto de rebeldía aparté la mesa sobrante y puse cara de “que se atreva a decirme algo, que se atreva”. Me refería al camarero, que afortunadamente no se atrevió. Después vinieron los huevos rotos (una sombra de los que ponían antaño), la carne de ciervo (escasa escasa) y otros pseudomanjares como recuerdo de ese pasado que nunca ha de volver. La cuenta, sin embrago, de sombra del pasado, nada. Algo así como el doble de lo que nos hubiera costado hace tres años.

Lo pienso, y el nombre del restaurante tiene ahora una ironía implícita que te cagas.

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1 comentario:

PANI dijo...

jajajjajajajjajaja
Buenísimo. Se te olvida el aderezo navideño: los niños y las cuchufletas...