Mariam se ha ido hoy a Nueva York y yo me muero de la envidia. “Restaurantes, recomiéndame restaurantes” me decía el miércoles pasado, cortando mi entusiasta espíritu de cicerone. Me sorprendí cayendo en ese tópico de “la mejor hamburguesa, en el Corner Bistro” Pero es que es completamente cierto. Es la mejor. De las que yo he probado, claro. Siempre habrá quien se dé pisto e intente convencerte de que lo que se sirve en este bar del West Village, pequeñito, oscuro y nada atildado, no es para tanto: como en el capítulo de Cómo conocí a vuestra madre titulado igual que este post, que la mejor hamburguesa te la tomas en un garito sin nombre, perdido en no sé qué barrio, con una puerta verde y un letrero de neón rojo en el que se lee “burger”. Pues fenomenal, pero si no me sabes indicar las coordenadas, seguiré volviendo al Corner Bistro.
En “the last of the bohemian bars in West Greenwich Village”, puedes comer en la barra o en la mesa. Elijas lo que elijas, te tocará esperar. Siempre hay cola pero, como no sirven postres ni cafés, el relevo es bastante rapidito. La hamburguesa es deliciosa. Pequeñita, especiada y jugosa, metida en un pan con regusto dulce, poco voluminoso y pelín elástico, que deja marcada la huella ondulada de los dedos sobre la cubierta de sésamo. Las patatas, cortadas finitas para garantizar el punto de crujido perfecto, van aparte; los platos y cubiertos son de plástico, se usa, se tiran y que pase el siguiente. Tienen un montón de cervezas, de barril y de botella y las sirven frías. Y es baratísimo. Baratísimo para el Village, para Nueva York, para Madrid y para Albacete (supongo, nunca he estado). Pero, cuidado, llevad preparados los billetes porque no aceptan tarjetas.
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