Joseph Leonard





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La cuenta, por favor

(Sin espoilers. Del tercer episodio de la segunda temporada de El ala oeste de la Casa Blanca, The Midterms.)



A Obama le ha quedado muy Bartlet eso de apoyar el matrimonio gay a pocos meses de las elecciones. El personaje de Sorkin no se atrevió a tanto durante sus dos mandatos al frente de El ala oeste de la Casa Blanca. Parece que fue ayer cuando empezamos a perseguirle a deshoras por La 2 de Televisión Española y han volado quince años desde que Martin Sheen se convirtiera en el mejor presidente de Estados Unidos. Eran otros tiempos y una audacia como la de casar a sodomitas y bolleras ni se planteaba. Nostalgias rancias aparte, es un alivio comprobar que el sentido común termina por imponerse a la cerrilidad. No sé qué historias de perversión trepidante le habrán contado al obispo de Alcalá de Henares pero la época en que los hombres que gustaban de refregarse con otros hombres sólo podían buscar plan a oscuras en un puticlub, acuciados por la amenaza de que la policía diera una patada en la puerta, se van quedando cada vez más lejos. Lo normal es que esos señores se despierten abrazados, remoloneado, con la luz de la mañana iluminándoles la cara, en habitaciones de casas hipotecadas a medias. El sexo sigue siendo furtivo, claro, pero como lo es el de cualquier otro padre de familia cuyos hijos duermen en el cuarto de al lado. Todo muy aburrido y muy convencional, como, al parecer, retrata la nueva serie de Ryan Murphy.

La Stonewall Inn, símbolo de aquellos días penosos del oscurantismo y el cachiporrazo, continúa en el West Village pero, lejos de ocultarse, ahora exhibe con chulería una bandera multicolor en su fachada. La puedes ver desde uno de los laterales del restaurante de la acera de enfrente, el Joseph Leonard, mientras te toca el turno para cenar. Este pequeño local no admite reservas y sólo tiene media docena de mesas. Vale la pena esperar porque es muy cuco, tiene buenos precios y los platos son una discreta representación de la cocina tradicional americana envuelta en el rollo de "apartamento shabby- chic” que, como bien apuntaba el New Yorker en una reseña, impregna el ambiente. Delicioso el pollo asado en sartén, nativo del sur, con la piel crujiente y el interior tierno, acompañado de un succotash de verduritas, maíz y judías de Lima salteadas con mantequilla. Y en honor a otro cuento antiguo sobre lecciones morales, también me tomé unas ostras traídas de Virginia. Con gusto y apetito, he de decir.








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