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“Han convertido esto en un circo”, me comenta en español Jay con una mueca de fastidio ensayada mil veces desde el otro lado del mostrador, al tiempo que unta de mostaza una rebanada de pan de centeno. Atraídos por el orgasmo fingido más publicitado de la Historia Katz’s recibe cada día ingentes manadas de turistas. Jay no puede tener más de veintiún años así que supongo que esa frase la ha oído en su casa toda la vida en boca de sus mayores, aquellos que llegaron a principios del siglo XX a Nueva York, en la época de la ocupación desde República Dominicana, cuando en el Lower East Side se hacinaban inmigrantes de todo el mundo. Los años que le echo a Jay son los que hace que se estrenó Cuando Harry encontró a Sally. Fue aquí, en Katz's, donde la pizpireta Meg Ryan le dejó bien claro al locuaz Billy Crystal que un tío no puede justificar su hombría a partir de los gritos de una compañera de cama porque “todas las mujeres lo han fingido alguna vez”:
Jay no deja de tener razón: es un espectáculo que los
visitantes hagan cola para pedir sándwiches y platos combinados en un local que
es demasiado grande y feo, además de bastante cutre. Eso era lo que yo pensaba mientras
él terminaba de prepararme un doble mixto de pavo y pastrami, (las dos opciones
de carne que elegían respectivamente ella y él en la película) acompañado por
los tradicionales pepinillos encurtidos.

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