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Mientras esperaba a Mariam y a Sofía para comer en el Pimiento verde, me entretuve orientando la parabólica hacia la mesa al lado. Dos mujeres que, a juzgar por la asertividad, el acento, y el corte de pelo eran indudablemente vascas, comentaban lo que sigue:
“Esto no tiene nada que ver con una sidrería, el menú no es de sidrería, la decoración no es de sidrería. Es más una taberna, pero no tiene barra donde estar de pie… El pan está riquísimo. Los segundo son más caros pero la carne es de muy buena calidad…”
Todo lo anterior es cierto. El Pimiento verde es un restaurante de cocina vasca que no se ajusta a los modelos típicos. No es una sidrería ni una taberna, y desde luego no es un asador. También es verdad que la comida es muy buena. No solo en sus carnes, el lomo de lubina crujiente es jugosísimo y está acompañado de forma muy adecuada por una crema de puerros y un unas verduritas que satisfacen por igual a los ojos y al paladar. De sus postres sorprenden los canutillos de Idiazábal, cremosos por dentro y elásticos por fuera, regados con miel rebajada, para que no empalague. Pero la especialidad de la casa y el verdadero reclamo de este sitio son las Flores de alcachofa. Sí. Esa verdura fea, ácida y rasposa que te imponen como castigo cuando tienes las arterias obstruidas y la tensión disparada; la desagradable protagonista del vía crucis posmoderno que suponen las dietas relámpago se transforma, gracias a un toque de aceite y sal Maldon, en una delicatesen inesperada. Dedicaré el resto de mi vida a averiguar cómo diantres son capaces de prepararlas tan bonitas y tan ricas.
PS. Cabe destacar que la carta de vinos es muy limitada. El precio medio por botella son 22 euros y solo dos (un Rioja y un Somontano) están por debajo de los 20 euros.
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